Alguna que otra vez pasa que un argentino se roba todas las toallas del hotel cinco estrellas
que pagó sin dificultad. Pero peor el que se roba el cenicero de un bar.
De vez en cuando ocurre que un argentino se encariña con el cenicero de un bar y se lo guarda
con mano veloz en el bolsillo, pero por lo menos no se cuela en la fila del banco cuando ésta
está compuesta mayormente de jubilados que están desde temprano esperando su turno.
A veces puede pasar que un argentino no se ubique último en la fila del banco compuesta
mayormente por jubilados que están desde temprano esperando su turno, sino directamente en el
medio, con una maniobra tan sutil y aplomada que maravillaría hasta a James Bond,
provechando la distracción de los demás, sirviéndose de ella. Pero jamás pasó un peaje sin
pagar.
Más de una vez puede haber sucedido que un argentino pasó el peaje sin pagar, aprovechando
que la pequeña barrera tarda en bajar luego de haber subido para el auto de adelante,
haciendo uso del dos por uno, pero al menos nunca en su vida le cambió la etiqueta del precio
a un whisky importado por la de uno nacional en el supermercado.
Varias veces ocurre que un argentino cambia las etiquetas de los precios en el supermercado
o que llena los bidones de agua con sedantes, pero ¿no fue la otra vez que un argentino,
nuestro Chelito Delgado, hizo anular un penal a su favor en México, avisándole al árbitro que
no le habían cometido falta cuando cayó en el área, que se tropezó solo? Argentino de punta a
punta, nuestro Chelito Delgado. Así somos nosotros, los argentinos. Estamos tocados por la
mano de Dios.
De punta a punta
Tantas veces un argentino tapó con barro la patente de su auto para poder transgredir el
límite de velocidad máxima en la ruta y no ser individualizado por los radares, pero por lo
menos si lo para la policía no lo arregla con unos pesos.
Infinidad de veces un argentino arregló a un policía después de haber pasado semáforos en
rojo, doblado en U, girado a la izquierda, estacionado en doble fila, pero nunca en su vida
compró un estéreo robado después de que le robaran el suyo y maldecir a este país por su
mercado negro de estéreos.
Ya varias veces un argentino ha comprado un estéreo robado en el mercado negro de estéreos,
así como otras partes del vehículo, pero al menos jamás evadió pagar los impuestos de su auto.
Alguna vez ha ocurrido que un argentino evada impuestos, pero no que se haya hecho pasar por
discapacitado para gozar de beneficios tributarios a la hora de importar un auto.
Una que otra vez un argentino se habrá hecho pasar por discapacitado para gozar de beneficios
tributarios a la hora de importar un auto, pero nunca le vendió alcohol a menores.
Cuántas veces un argentino le vende alcohol a menores, pero qué buen ejemplo de lo que es la
argentinidad han protagonizado esos dos chicos de doce años que encontraron 1200 pesos en la
calle y no se los quedaron para ellos sino que se los dieron al oficial de policía de una
esquina cercana para que él intentara devolvérselos a su dueño. Dos niños argentinos, de
punta a punta. Así somos nosotros, los argentinos. Que el policía se los haya quedado, sin dar
parte a la comisaría, y que todo haya salido a la luz cuando el padre de los chicos llamó a la
dependencia para averiguar si se había logrado que el dinero llegase a manos de su dueño, son
cosas que pasan, che.
A veces pasa que los argentinos sacan a pasear a sus perros para que hagan sus necesidades en
las veredas y allí quedan, sus necesidades, para que los vecinos puedan experimentar lo que
es una carrera con obstáculos, como también ha sucedido alguna vez que existan carreras sin
ningún obstáculo para alcanzar el título, salvo el obstáculo de que el título, entregado por
casa argentina de altos estudios, era trucho.
A veces pasa que los argentinos sacan la basura fuera del horario determinado para sacar la
basura, que no sacan ningún ticket o boleta de la computadora de su negocio cuando se hace una
venta, que no devuelven un vuelto mal dado por error, pero hubo una vez que un agenciero
respetó la compra de palabra de un apostador de la Lotería Nacional que la semana anterior
le había encargado un número pero no pasó a retirar el billete, billete que resultó ganador:
se lo entregó igual, aun cuando no había sido abonado, y al día siguiente de saberse que era
el número ganador de 1.155.000 pesos. Era argentino el agenciero, de punta a punta.
Así somos nosotros, los argentinos. Apegados a lo que corresponde. Y si algunas veces no lo
somos, si una vez cada tanto no respetamos al prójimo y complicamos la convivencia, si
transgredimos de vez en cuando una reglita, pues la culpa la tienen los otros.
Nosotros, argentinos.