Almuerzos de domingo


picada para el aperitivo – típico asado argentino
(imágenes: Creative Commons)
La mayoría de los domingos Erika viaja cerca de dos horas hasta la casa de los padres. Desde hace dos años vive sola en la capital, por el trabajo, pero siempre que puede va a ver a la familia, al pueblo donde nació y vivió hasta los veinte años. Para el almuerzo de los domingos se reunen todos, los dos hermanos con las esposas y los hijos, la hermana menor que todavía va al colegio, la abuela y a veces también los tíos o algún primo que viene de visita. Por lo general no son menos de quince a la mesa. En casa de los viejos se sirve un primer plato, un segundo plato, a veces un tercero y finalmente el postre. Si el padre no hace asado, la madre de Erika es la que tiene casi todo el trabajo de cocinar y recibir a tanta gente. Pero según ella, no hay nada mejor que tener a los hijos en casa otra vez y más vale que se alimenten porque están todos piel y huesos.

A veces también hay algunas peleas entre parientes porque no todo es color de rosa entre tanta gente. Está el caso del primo Julián que discutió por una pavada con el abuelo, durante el casamiento de la hermana. Y como son los dos un poco cabezaduras, no hay quien los convenza de entrar en razón y hacer las paces. Por algo dicen que el fruto no cae lejos del árbol o que tal palo tal astilla. Sin embargo las discusiones también son parte de la vida familiar y siempre que llovió, paró o no hay mal que dure cien años.

En las ocasiones donde hay una reunión mayor, por alguna celebración, aparecen los personajes de todas las familias. Algún tío simpático que cuenta cuentos y chistes, alguna tía abuela protestona a la que se le hacen bromas, o el hermanito travieso que es la piel de Judas y al que hay que vigilar con cuatro ojos. Algunas tías traen sus mejores tortas y especialidades caseras, otros beben más de la cuenta y alguien se ofende por algún comentario. En fin, ni más ni menos que lo que pasa en las mejores familias.